Dicen que los antiguos sabios, las verdaderas personas, marcaban una línea clara y nítida entre lo interno y lo externo, entre aquello sobre lo que podían actuar y aquello que es inevitable.
Si a cada uno de nosotros se nos regalara lo que pide la célebre plegaria de Reinhald Nieburg se nos estaría concediendo una de las espadas más afiladas del guerrero de la felicidad:
- el valor para cambiar las cosas qué podéis cambiar,
- la serenidad para aceptar aquello que no podéis cambiar,
- y la sabiduría para distinguir entre las cosas que pertenecen a una categoría o la otra.
Los que llevan vidas inferiores arruinan su felicidad, malgastan sus energías y alteran su paz mental con lo “externo”, dejan que aspectos sobre los que no pueden actuar perturben su estado de ánimo, descuarticen su motivación, agoten su fuerza.
En cambio, los sabios centran su vida en lo interno, en aquello sobre lo que pueden actuar, de esa forma nada les altera ni les preocupa. Dominándose a sí mismos guardan su energía para la acción, con su mente serena consiguen ayudar mejor a los que les rodean, no permitiendo que las cosas perturben su armonía interior preservan la armonía de su entorno.
Tan negativo es que los halagos os nublen la vista, como que una crítica os enoje, no os descorazonéis cuando alguien no responda a vuestra expectativas.
El que no espera nada de los demás no puede verse dañado por éstos, en cambio, el que fundamenta su felicidad en la aprobación social, en ser correspondido en su amor o en el reconocimiento profesional pone en manos de otros lo más preciado que tiene.
Muchos se enfadan, se desesperan o ven alterada su paz interior por asuntos como que su equipo de fútbol no gane partidos, que sus oponentes ideológicos estén en el poder, porque el gobierno no actúe como ellos consideran que debería, porque alguien cercano se comporta de una forma no deseada o porque considera injustas muchas cosas de este mundo.
Otros no cesan de pensar en el futuro y se muestran alterados por preocupaciones como la posibilidad de perder su trabajo, ser abandonado por la pareja o porque una desgracia acaezca a sus hijos. ¡Bonita forma de arruinar una vida!
La mayoría no hemos interiorizado la verdadera naturaleza del funcionamiento de las cosas, una democracia exige alternancia en el poder, una competición deportiva que a veces se pierda, la convivencia con los demás que éstos no siempre se comporten como deseamos.
Si reflexionáis un poco sobre las cosas que os provocan antipatía, odio, rabia, desosiego, inquietud u hostilidad descubriréis que son mayoritariamente aspectos que no podemos controlar.
Por ello os recomiendo que periódicamente os hagáis una lista de las cosas externas que os molestan u os preocupan, escribidlas en un papel o en vuestra mente y tomad la firme decisión de que a partir de ese momento ni serán motivo de enojo ni de preocupación.
Aprended de las antiguas personas, éstas no dejaban que lo externo turbara la paz de sus mentes, de esa forma el odio, la cólera o la aversión no formaban parte de sus vidas y su corazón permanecía puro.
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